Al igual que hubo vocacionalmente un antes y un después de casarme y tener mis hijos, para mí el conocer a los Maristas y comprometerse con ellos, ha sido un punto y aparte a partir de los 12 años, y ya van 33. Con los Maristas descubrí que había otro modo de ser persona y cristiano, al margen de lo aprehendido en mi realidad familiar: ser persona que crece acompañada y que es responsable de su propia formación; ser cristiano que comparte con un grupo o comunidad sus propias y comunes inquietudes; en definitiva, que ser marista es dejarse impregnar por los que nos han precedido, los que nos acompañan en este camino, y seguir soñando que podemos seguir siendo el rostro materno de Dios, entre los más necesitados y en la Iglesia del siglo XXI, como soñaba san Marcelino.